Hace ya demasiados años de aquellos últimos coletazos de agosto en los que nos preparábamos para la llegada de la fiesta mayor. Se celebraba durante el fin de semana y fueron algunos de los días más felices que he vivido.
Mi hermano y yo pasábamos todo el verano con mi abuela en el pueblo. Un pueblo diminuto perdido en lo más profundo del Pirineo catalán. Allí los tres compartíamos mañanas lentas recogiendo verduras frescas del huerto y leyendo mientras ella tomaba el sol. Durante las tardes salíamos a caminar y nos parábamos a charlar con sus amigas. En realidad, ellas hablaban mientras mi hermano y yo inventábamos juegos para matar el tiempo. Por las noches mi abuela nos preguntaba qué queríamos cenar y en nuestros días de suerte nos cocinaba nuestro plato favorito: espaguetis con ketchup.
La vida en el pueblo transcurría tranquila. Sobraba calma y faltaba cobertura. En la tele funcionaban tres canales y uno de ellos solo a ratos. Un cóctel perfecto para aprender a disfrutar del presente haciendo aquello que nos apetecía a cada momento. Merendar cerezas subidos a las ramas de los árboles, construir nidos de barro para pájaros a los que nunca vimos usarlos, “cazar” renacuajos en la fuente que había al final de la calle, vigilar de noche las estrellas por si alguna caía…
Hasta que llegaba la última semana de agosto. Recuerdo uno de esos días mientras mi abuela planchaba en el comedor y la música salía de esa minicadena gris plata al ritmo del Paso Doble. Sonó una de sus canciones favoritas y de un plumazo, dejó de planchar y agarró de la mano a mi hermano empujándolo hacia ella mientras le decía: “en nada estaremos de fiesta mayor y tienes que aprender a bailar”. Recuerdo ver a mi hermano, que por entonces tenía unos ocho años, apretujado entre sus pechos sin poder hacer nada más que seguir sus pasos y el movimiento que feliz, dirigía mi abuela. Recuerdo reírme a carcajadas mientras ella cantaba y se movía arriba y abajo con firmeza. Mi hermano en cambio, no corría la misma suerte. Seguía sus pasos a trompicones mientras reía a la par que se quejaba para que lo liberara.
Esa semana se respiraba un ambiente alegre y divertido. El viernes nos reuníamos toda la familia para celebrar las fiestas. Éramos unos veinticinco en casa. Yo siempre me pedía dormir en uno de los colchones que tendíamos en el suelo de la buhardilla. Allí dormíamos los más jóvenes y yo me sentía más mayor de lo que era. Para comer montábamos una hilera de mesas de diferentes tamaños y niveles. Hombres por un lado y mujeres por el otro. Los temas de conversación se mezclaban entre risas, algunos que pedían más vino y otros que gritaban “basta” para que mi abuela dejara de llenarles el plato de comida. Por la noche nos arreglábamos y nos anudábamos al cuello un pañuelo rojo en el que se podía leer el nombre de nuestra casa, “Casa Noi”. Así se llamaba. Subíamos a la plaza del pueblo y bailábamos al ritmo de Paso Dobles, Rancheras, Cumbias y algún que otro éxito del verano que a los más veteranos les servía como pausa para recuperar fuerzas. Mi hermano seguía bailando apretujado entre los pechos de algunas de las amigas de mi abuela mientras intentaba seguirles el paso y yo, me sentía la persona más afortunada del mundo por ser la niña de Casa Noi.
Al cabo de unos años mi abuela falleció. Yo seguí yendo al pueblo durante el fin de semana de fiesta mayor intentando convencerme de que nada había cambiado. Pero ella ya no estaba y esa casa lo sabía. La familia ya no venía porque sin ella no había nada que celebrar. Y dolía tanto que dejé de recordarla. Intenté borrar de mi mente todos los recuerdos y nunca más volví. Como si una parte de mí hubiera muerto con ella.
Este fin de semana vuelve a ser fiesta mayor y, como cada año desde que mi abuela se fue, me duelen los recuerdos que me visitan sin permiso. Me duele la nostalgia que me nubla la vista y me encoge el corazón. Esta fecha en el calendario siempre duele. Porque duele que sea fiesta mayor y que ya no esté. Pero lo que más me duele es haber fingido todo este tiempo que ella nunca existió.
“El pasado nunca se va. Le gusta esconderse en la música, en las calles, en los sueños, en los recuerdos.”
Aquesta vegada t'he llegit una mica tard. M'ha emocionat molt veure a l'àvia i el record que tens d'ella. Jo la recordo amb molt carinyo i també havia disfrutat de les festes del poble abans de que tu fossis al món. Records imborrables amb la família i un punt de tristessa. Una abraçada petita.
Ostres quins records m’acabes de desbloquejar. Estic tant orgullos d’haver passat gran part dels meus estius amb tu i la iaia.. <3
Pd: recordo el aplastament de la meva cara quan ballavem jajajajajajaja